Una crisis económica se produce cuando se da un desequilibrio grave en la economía, afectando negativamente la producción, el empleo y el bienestar general. Uno de los factores que puede desencadenar una crisis es una fuerte concentración de la riqueza en manos de una pequeña porción de la población, como ocurrió en Estados Unidos en 1929.
En ese momento, el 5% de los estadounidenses poseía el 90% de la riqueza del país. Esta desigualdad, junto con la falta de impuestos que financiaran servicios públicos y programas sociales, creó una situación en la que la mayoría de la población no tenía suficiente capacidad adquisitiva para sostener la demanda de bienes y servicios.
A pesar de que la economía estadounidense en 1929 mostraba un aparente crecimiento, este se concentraba en un pequeño porcentaje de la población. El presidente de Estados Unidos en ese momento, Herbert Hoover, incluso llegó a afirmar que estaban "a punto de alcanzar la felicidad y el desarrollo total de la población". Sin embargo, esta percepción de bonanza económica era ilusoria, ya que la gran mayoría de la población no participaba de la prosperidad.
La falta de demanda por parte de la mayor parte de la población provocó un colapso en la producción y desencadenó la crisis de 1929, también conocida como la Gran Depresión. Esta crisis no solo afectó a Estados Unidos, sino que tuvo un impacto global, sumiendo al mundo en una profunda recesión.
La crisis de 1929 demostró que el crecimiento económico no es suficiente para garantizar la estabilidad y el bienestar si este no se distribuye de manera equitativa entre la población. La concentración de la riqueza en pocas manos puede generar una "burbuja" económica que, al estallar, puede tener consecuencias devastadoras.
Para evitar este tipo de crisis, es fundamental que los gobiernos implementen políticas que promuevan una distribución más justa de la riqueza, como un sistema impositivo progresivo que grave más a quienes más ganan y un sistema de bienestar social que garantice un nivel de vida digno para todos. Estas medidas, junto con la regulación de los mercados para evitar la formación de monopolios y la especulación financiera, son esenciales para construir una economía más estable y resiliente a las crisis.